Una mañana más, pero era otra. Salí a saludar a Naturalia, como todos los días, y esta vez con una enorme vergüenza. Naturalia que es ella, y soy yo, que nos funde en un nombre y un espacio.
Me agaché a recoger unas guayabas aún con más mortificación, sumada a la admiración y el agradecimiento por la capacidad enorme que la naturaleza tiene para dar, por su amor manifiesto en la abundancia, por su elegancia al simplemente ser.
Escuché el carriquí y en su canto el de todas las aves. Encogida sobre el suelo, mis manos sostenían la blusa como una bolsa para las guayabas.
Osé mirar hacia arriba y vi su tronco, era un pequeño cola de caballo. Supe que él ya lo sabía… no muy lejos de aquí, una gran parte de su reino había sido quemada por una pequeña parte del mío. Yo le había herido.
Le pedí disculpas desde lo más profundo, lamentando un daño irreparable. Me pedí disculpas por el tiempo y las energías perdidas. Decidí honrar ese amor que siempre le he profesado.