No quería hacer nada, la vida me pesaba. Desde hace varios días mi reconfortante rutina mañanera de pronto fue reemplazada por un cansancio terrible y levantarse fue perdiendo sentido. Llena de compromisos y compromisos que ya no entendía por qué tenía, decidí cancelarlos todos. “No pasa nada”, me dije a mí misma, repitiendo las palabras de un ser sorprendente que escuchó mis penas y me dio grandes consejos la noche anterior.
“No pasa nada” y así reemplacé mis compromisos por varios capítulos de la temporada cinco de Orange is the New Black, a los que tampoco les encontraba sentido… pero al menos implicaban poco esfuerzo.
Tirada en esa cama, irreconocible, en el fondo había algo en lo que pensaba… el cuadro precioso que venía pintando, pero además de eso, pensaba en una plastilina que me decían que se secaba al hacer la figura y había comprado por encargo el día anterior. Las dos barras provocativas estaban en el carro aún, se llamaban “porcelanicrón” y cuando mi mente las evocaba, mis manos se abrían y se empuñaban seguidamente.
Finalmente subimos a Naturalia y un aire nuevo me llenó, como pasa siempre con ese lugar. Sin sentirme muy plena aún, vi algunos videos en Youtube acerca de cómo se trabajaba esta maravillosa pasta que luego de moldearla se secaba como porcelana.
Un tubo de pvc, palillos de madera, agujas, espátulas, un cargador de celular, fueron las herramientas que encontré para trabajar. Acrílicos para dar color, una baldosa como superficie, el aceite de almendras para hidratar… tenía todo, además de muchas ganas de empezar.
Decidí hacer un principito, hermoso con su mensaje, su carita sutil, sus crespos dorados, pensando en su rosa. Fueron unas horas maravillosas en las que la plasticidad de la plastilina me hizo estirar el alma. No había deudas, no había peleas, no había presiones… lo único que tenía que hacer era disfrutar como una niña o como un creador modelando sus obras.
El principito se lo regalé a Laura con una carta de amor y desahogo, al día siguiente hice a “Heart & Brain” para Camilo Vásquez, se los di por su cumpleaños y para que ambos hagamos del corazón y el cerebro los mejores amigos entre sí. El segundo principito lo hice una semana después para Emiliani, para que entre sus princesas haya un referente masculino digno de ellas, lleno de amor y sabiduría. A la semana siguiente la “Mini Miyi” fue para el Flaco, como símbolo de admiración por toda esa ternura que puede llegar a sentir. Y yo me regalé la capacidad de disfrutar dando lo mejor de mí, en unos simples muñecos de plastilina, de encontrar un poco más del sentido que se había desvanecido.